GABO Y LA PESTE DEL OLVIDO



Muchos, muchos años después, frente al silencio del espejo,  Gabriel García Márquez habrá de  olvidar minuciosamente una intensa vida, que entretejió con recuerdos, historias, historia, y  la  más fantástica y la más real literatura de Latinoamérica. Olvidará la vida del hijo del telegrafista de Aracataca, ese que recibió el máximo honor literario, el que conceden los lectores enamorados, apasionados, celosos de sus páginas. Olvidará también que recibió el Nobel.

Gabo se aleja de nosotros apoyado sobre la barandilla de un barco falso, con la sonrisa débil de los que tienen miedo. Cada vez más pequeño, más frágil,  más solo. Fantasma de sí mismo, nadie podrá acompañarlo en ese viaje de regreso a la infancia, al útero final. Ni Mercedes, que cada vez más inútilmente busca protegerlo, ni sus amigos que  a esta hora rezan literatura en todas las encrucijadas del mundo. Lo ha alcanzado la peste del insomnio  y el   olvido.

Ahora, como hicieran Aureliano y  José  Arcadio, la Fundación Periodistas Bolivarianos de América ha fijado con el alfiler de las imágenes y las palabras la memoria de sus hechos. Y lo ha hecho con la exposición 'Vida y obra de Gabriel García Márquez que todos podremos ver en la Biblioteca Pública Julio Pérez Ferrero hasta el 3 de diciembre.

Los rostros familiares, sus libros, y esquirlas de su infancia en 120 láminas.  Pero no están las instrucciones para que la magia de su literatura vuelva a funcionar: Esta es una hoja en blanco, hay que escribir en ella la historia de Colombia y Latinoamérica con la intensidad con que el primer Dios creó su mundo, preñarla de imágenes desmesuradas y seres míticos, quitar el sabor a sangre de los muertos para que su muerte sea más corta, darles vida sobre una alfombra y bajo un árbol para que la tristeza del olvido no los ahogue, y soltarlos a su propia vida.  

Por eso están la fecha de lanzamiento, los tirajes editados e idiomas en los que se han traducido sus textos. Están también la profesora Rosa Helena Fergusson, quien le enseñó a leer y a escribir en el Colegio Montesori de Aracataca;  y Carmelo “Mono” Todaro Ternera.

Alberto Hinestroza Llanos, presidente de la Fundación Periodistas Bolivarianos de América, habla de tres años de investigación para homenajear los  80 años de Gabo. Una exposición que ha visitado tantos municipios y ciudades del país como hijos tuvo el coronel  Buendía; entre ellos  Barranquilla,  Bogotá y Aracataca. García Márquez, eternizado en testimonios y fotografías, desanda sus pasos en esta exposición, se despide desde lo que le ha sido más grato: las palabras y las imágenes.

Los que agitamos la mano en señal de adiós somos muchos, demasiados. Venceremos a nuestro modo la peste del olvido y Gabo seguirá agigantando el universo para nosotros, los amigos que no alcanzó a conocer y aquellos que ahora se extravían en sus recuerdos. Los que empezamos a sentir su despedida y con nostalgia le respondemos: adiós. gabito, adiós.    


INSOMNIO Y OLVIDO
(Fragmento de cien años de soledad)
Cuando José Arcadio Buendía se dio cuenta de que la peste había invadido el pueblo, reunió a los jefes de familia para explicarles lo que sabía de la enfermedad del insomnio, y se acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones de la ciénaga. Fue así como les quitaron a los chivos las campanitas que los árabes cambiaban por guacamayas, y se pusieron a la entrada del pueblo a disposición de quienes desatendían los consejos y súplicas de los centinelas e insistían en visitar la población. Todos los forasteros que por aquel tiempo recorrían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos supieran que estaban sanos. No se les permitía comer ni beber nada durante su estancia, pues no había duda de que la enfermedad sólo se transmitía por la boca, y todas las cosas de comer y de beber estaban contaminadas por el insomnio. En esa forma se mantuvo la peste circunscrita al perímetro de la población. Tan eficaz fue la cuarentena, que llegó el día en que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir.
Fue Aureliano quién concibió la fórmula que había de defenderlos durante varios meses de las evasiones de la memoria. La descubrió por casualidad. Insomne experto, por haber sido uno de los primeros, había aprendido a la perfección el arte de la platería. Un día estaba buscando el pequeño yunque que utilizaba para laminar los metales y no recordó su nombre. Su padre se lo dijo: «tas». Aureliano escribió el nombre en un papel que pegó con goma en la base del yunquecito: tas. Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro. No se le ocurrió que fuera aquella la primera manifestación del olvido, porque el objeto tenía un nombre difícil de recordar. Pero pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la inscripción para identificarlas. Cuando su padre le comunicó su alarma por haber olvidado hasta los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le explicó su método, y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde lo impuso a todo el pueblo. Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche. Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita.